Me ha correspondido apreciar con alguna regularidad el desarrollo de la obra de Soler y en todo momento me ha llamado la atención la cohesión de sus propósitos expresivos. Soler ha trabajado en los últimos años en pinturas e instalaciones, y a pesar de las diferencias en los procedimientos y los conceptos implícitos en estas prácticas artísticas, se las ha arreglado para transmitir, a través de la una y de la otra, su interés en el Presente, sus definiciones del Presente, su propensión por descifrar y experimentar a plenitud el aquí y el ahora.
Por ejemplo, en sus pinturas lo importante ha sido el momento mismo de su ejecución, los ejercicios y pensamientos surgidos al tiempo y en razón de que se halla aplicando colores y manipulando pigmentos. Y en sus instalaciones, en particular en la que constituye esta exposición de la Alianza Colombo-Francesa, lo importante también es el Presente. Pero no el Presente al que alude su pintura como sinónimo de instante entre el pasado y el futuro, sino el presente comprendido como un lapso durante el cual se han experimentado y se siguen experimentando situaciones acompañadas de sus respectivas emociones, sentimientos y reflexiones. Un presente continuado cuya vigencia la otorga la duración de las condiciones o los acontecimientos que le dieron inicio.
Soler ha sido testigo de excepción del derrumbamiento de toda una manzana del centro de Bogotá, en una de cuyas casas habitaba y mantenía su estudio. Oír la demolición de muros y techumbres aledaños, experimentar el polvo que trae consigo toda destrucción, ver cambiar diariamente el paisaje que lo acompañó durante años, percatarse de la desaparición de su propio hábitat, y contemplar impotente cómo se convertían en escombros los ámbitos donde se vivieron innumerables historias, inclusive algunas personales, se ha convertido en un Presente extendido que ha afectado íntimamente al artista. Y permitir que se vislumbre de qué manera lo ha hecho, cómo ha sido afectado por la demolición, y comunicar reflexiones suscitadas por esa experiencia, es uno de los propósitos fundamentales de esta exposición.
Todo en la instalación hace parte del pasado destruido en ese presente continuado del artista. Materiales y elementos propios de las construcciones republicanas, como una cornisa de yeso tallada con la heráldica de una noble familia española, y como el cielo raso ornamentado con formas abstractas las cuales parecían integrarse con los muros, contrastan, por su delicadeza y carácter ornamental, con la rudeza de los escombros y su carácter estructural y también con sus connotaciones de ruina. Pero precisamente ese contraste, al igual que toda la muestra, es indicativo de cambios, transiciones y alteraciones; e invitar a que se experimenten conscientemente los cambios y a que a través de ellos se adquieran conocimientos y razones acerca de la propia vida, es también una de las principales motivaciones de la muestra.
Además, todos los materiales son parte de las mismas vivencias que se quieren transmitir o sugerir, puesto que, por ejemplo, mientras, la ornamentación del cielo raso era lo último que veía el artista antes de dormir, los ladrillos, aunque amontonados en forma ordenada, eran precisamente los que le aportaban la privacidad que requería su sueño.
El artista acompaña su instalación con un vídeo grabado en la oscuridad de la noche en el amplio espacio cubierto por los escombros de la intransigente destrucción llevada a cabo, entre los cuales no dejaron de encontrarse algunas elementos premonitorios como un afiche de Luis Carlos Galán en su campaña por la Presidencia y como un gran corazón de madera al que es prácticamente imposible no adjudicarle simbolismos. En el vídeo algunos flashes iluminan momentáneamente, como relámpagos, el arrume de despojos, el nuevo paisaje de residuos y recuerdos, pero el recorrido de la cámara es prácticamente a oscuras dando la sensación de alguien perdido en su propio espacio, y sólo permite intuir, o cuando más, distinguir a grandes rasgos la ubicación de esos despojos y sus formaciones, algunas de las cuales se evocan en la instalación.
El Presente extendido, la comprobación cotidiana de la destrucción es, en conclusión, lo que ha marcado al artista y lo ha llevado a visibilizar y a sugerir, a través de esta exposición, las vivencias y reflexiones impulsadas por una experiencia que bien podría convertirse en el origen de un axioma: “lo que sucede en el espacio urbano afecta sensiblemente lo que sucede en el espacio íntimo”.